Hola Amig@s, hace tiempo que no me asomaba a este mi pequeño y secreto rincón de pensar. No esta siendo un año para el optimismo precisamente y desde este balcón me plantee gritar al mundo experiencias vitales que transmitan alegría y, como ese momento no llegaba, no quería esperar más sin hablar con vosotros.

Cuando nos asomábamos a las primeras semanas de la pandemia que nos azota, los grandes pensadores (que los hay) se encargaron de vaticinarnos  que íbamos a salir mejores de esta, que la sociedad individualizada en la que estábamos inmersos cambiaría, que la desmesurada carrera hacia el consumismo feroz iba a detenerse para saborear cosas de la vida que habíamos dejado de lado, que este problema colectivo nos convertiría en una sociedad donde primaria el bien común sobre el bien individual, en definitiva que seríamos mejores personas.

Hoy, cuando se va a cumplir un año del comienzo de esta pesadilla podemos confirmar que aquellos gurús del futuro se equivocaron totalmente. En abril en uno de los post de este rinconcito ya escribí que no creía que saliéramos mejores, no soy ningún gurú social, ni lo pretendo, pero era fácil pensar que una cuestión es la urgencia del momento y otra lo más profundo de la sociedad que volvería a aflorar.

Es una evidencia que, salvo aquellos que están luchando cuerpo a cuerpo al frente de la pandemia por derrotarla (ellos si saldrán mejores mentalmente, más satisfechos con su aportación al mundo), el resto de nosotros hemos salido peores, más debilitados, con más pobreza, sin alguno de los nuestros que se fueron antes de tiempo, con nuestros mayores encerrados en residencias soportando su “soledad física”, dando respuestas individuales a un problema comunitario, daños psicológicos que estan guardados, hemos salido con peores políticos (da igual el color), con una sociedad que sale a la calle a quemar contenedores, saquear negocios o golpearse, ………. ¿saldremos mejores?

 

 

Hace casi un año, empezó todo esto, un año de perdida de ilusiones, de incertidumbres, de noticias negativas, de nubarrones…. mires donde mires, escuches lo que escuches, leas lo que leas, todo se vuelve oscuro, sin un timón, sin un rayo de luz al final del túnel al que mirar. Un año en estas condiciones para una generación no acostumbrada a sufrir es muchísimo tiempo, es una eternidad. Al final la cabeza es como una estantería de libros, donde los buenos se ponen en lugares visibles y los malos, se guardan en cajones y nuestras cabezas tienen los cajones desbordados, necesitan airearse y preparar sus estanterías para volver a alojar las novelas que opten a los mejores premios literarios, porque nos merecemos buenos escritores que nos saquen de la mediocridad en la que nos encontramos.

Está claro que estamos en un problema colectivo que necesitaría de soluciones colectivas, unificadas, todos remando en una dirección… pero como esto no llega, por lo menos salgamos de esta sin competir contra el vecino, compitamos con nosotros mismos por ser mejores, pero disfrutemos siendo lo que somos, respetando, riendo y siendo lo suficientemente valientes para llorar, para reír y para valorar a los que tenemos a nuestro lado, dejando atrás ese papel de justicieros de la mascarilla que algunos han hecho suyos.

El invierno llega a su fin, la primavera florecerá con seguridad y espero que el futuro se pinte igual de verde que el campo empieza a estar, y que, si no salimos mejores, por lo menos volvamos a ser los imperfectos seres que éramos antes, con nuestras prisas, nuestras ansias, nuestro consumismo desmesurado, nuestra carrera por el perfeccionismo, nuestra competición por tener más que el vecino, nuestra absurda competición contra todo y contra todos… con todas esas imperfecciones ÉRAMOS FELICES, así que ojalá volvamos a ese mundo loco pronto, inocentemente viviremos en nuestra Felicidad, pero viviremos porque como nos enseñó Pau Dones, “Vivir es Urgente”

 

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